El despoblamiento de los pequeños núcleos rurales en los últimos años es un hecho más que evidente. El descenso demográfico junto con la emigración de la gente joven a las ciudades en busca de un futuro laboral estable, son dos de los factores principales. Un claro ejemplo es la localidad cincovillesa de Luna. Este municipio como tantos otros, tiene como medio de vida la agricultura y la ganadería, sin otras alternativas de futuro que permitan a las nuevas generaciones pensar en vivir allí. Este hecho ha llevado a un progresivo e imparable envejecimiento de la población.
En la última década, Luna ha visto descender su población en un 5%. Ha pasado de tener 930 habitantes en 1.998 a 886 en la actualidad, eso a pesar de ver cómo cada día llegan más inmigrantes de distintas nacionalidades.
La villa que tenía un total de 4 inmigrantes en 1.998, tres alemanes y un estadounidense, cuenta en la actualidad con 54.
Este incremento supone que aproximandamente el 6% de la población total es de nacionalidad alemana (3),búlgara (17), polaca (4), rumana(21) y ucraniana (4).
La mayoría trabajan sobre todo en el sector primario. Unos son leñadores, pastores, agricultores, mientras que otros optan por la arbañilería o pequeños negocios hosteleros.
En un principio, casi todos vienen solos en busca de trabajo seguro, pero poco tiempo después, cuando consiguen los papeles traen al resto de la familia. Una familia que normalmente la integra la mujer, y algún que otro niño. De ahí que la llegada de la inmigración a los pequeños municipios se vea como la única vía que evite la extinción de niños en los pequeños núcleos rurales.
Una consecuencia directa de su integración es la diversidad multicultural. La unión de culturas y tradiones tan distintas ha tendio consecuencias positivas y negativas entre los vecinos de Luna. La mayoría se siente a gusto por la llegada de inmigrantes a los que consideran respetuosos y trabajadores. Muchas de las personas mayores de la villa se sienten identificados con estas personas, ya que ellos en su día tuvieron que abandonar sus lugares de origen e irse a otros países en busca de trabajo. “ Nosotros también fuimos inmigrantes”, afirma Mariano Luna cuando recuerda viejos tiempos.
A pesar de todo, es fácil encontrar a personas que han vivido situaciones difíciles teniéndolos como vecinos.
Por otro lado, están las sensaciones que tiene los propios inmigrantes que se enfrentan a una nueva vida en municipios pequeños. Un caso particular es la de un joven ucraniano que vino a Luna hace poco más de un año y medio con unas ilusiones que había perdido en su país. Allí trabajaba como albañil y ahora está en una explotación porcina mientras espera que lleguen los papeles para poder ser una ciudadano español. A Vladimir, Luna le ha devuelto la tranquilidad que buscaba. Cuando mira a su alrededor, le gusta observar con detalle todos los edificios arquitectónicos que en su país desaparecieron por culpa de las sucesivas guerras. A los luneros que conoce los califica de cariñosos y muy respetuosos puesto que nunca ha sufrido en la localidad ningún tipo de agresión ni insulto xenófobo.
Él es uno de los privilegiados que ha conseguido la esperada estabilidad económica. Hace poco ha podido traer a su mujer, su suegra y pequeña niña que pronto comenzará sus estudios en el colegio de la localidad.
Para el ucraniano, no ha sido fácil intregarse en un pueblo de este tipo pero es consciente de que tiene a su alcance todo lo necesario para poder vivir sin ningún tipo de dificultad.
No se atreve a mirar hacia el futuro hasta que no consiga esos esperados papeles que sus jefes le están tramitando.
Una vida llena de nuevas espectativas que se transmiten tanto de los inmigrantes como de los habitantes de la población que ven en ellos el posible futuro de la villa.
Aunque nos hallamos centrado en Luna, este pueblo es tan solo uno de los muchos que se encuentran por toda la geografía aragonesa en proceso de despoblación. Sus vecinos están viendo cómo mientras muchos de sus habitantes abandonan la localidad, otros de distintos países vienen a ella en busca de unas ilusiones perdidas.
Como suele ocurrir, las historias se repiten pero de forma invertida. Ahora vienen ellos, pero hace unos cuantos años, fuimos nosotros. Una gran parte de la población Española tuvo que marcharse y dejar todo lo que tenía por sacar adelante a su familia.
En la última década, Luna ha visto descender su población en un 5%. Ha pasado de tener 930 habitantes en 1.998 a 886 en la actualidad, eso a pesar de ver cómo cada día llegan más inmigrantes de distintas nacionalidades.
La villa que tenía un total de 4 inmigrantes en 1.998, tres alemanes y un estadounidense, cuenta en la actualidad con 54.
Este incremento supone que aproximandamente el 6% de la población total es de nacionalidad alemana (3),búlgara (17), polaca (4), rumana(21) y ucraniana (4).
La mayoría trabajan sobre todo en el sector primario. Unos son leñadores, pastores, agricultores, mientras que otros optan por la arbañilería o pequeños negocios hosteleros.
En un principio, casi todos vienen solos en busca de trabajo seguro, pero poco tiempo después, cuando consiguen los papeles traen al resto de la familia. Una familia que normalmente la integra la mujer, y algún que otro niño. De ahí que la llegada de la inmigración a los pequeños municipios se vea como la única vía que evite la extinción de niños en los pequeños núcleos rurales.
Una consecuencia directa de su integración es la diversidad multicultural. La unión de culturas y tradiones tan distintas ha tendio consecuencias positivas y negativas entre los vecinos de Luna. La mayoría se siente a gusto por la llegada de inmigrantes a los que consideran respetuosos y trabajadores. Muchas de las personas mayores de la villa se sienten identificados con estas personas, ya que ellos en su día tuvieron que abandonar sus lugares de origen e irse a otros países en busca de trabajo. “ Nosotros también fuimos inmigrantes”, afirma Mariano Luna cuando recuerda viejos tiempos.
A pesar de todo, es fácil encontrar a personas que han vivido situaciones difíciles teniéndolos como vecinos.
Por otro lado, están las sensaciones que tiene los propios inmigrantes que se enfrentan a una nueva vida en municipios pequeños. Un caso particular es la de un joven ucraniano que vino a Luna hace poco más de un año y medio con unas ilusiones que había perdido en su país. Allí trabajaba como albañil y ahora está en una explotación porcina mientras espera que lleguen los papeles para poder ser una ciudadano español. A Vladimir, Luna le ha devuelto la tranquilidad que buscaba. Cuando mira a su alrededor, le gusta observar con detalle todos los edificios arquitectónicos que en su país desaparecieron por culpa de las sucesivas guerras. A los luneros que conoce los califica de cariñosos y muy respetuosos puesto que nunca ha sufrido en la localidad ningún tipo de agresión ni insulto xenófobo.
Él es uno de los privilegiados que ha conseguido la esperada estabilidad económica. Hace poco ha podido traer a su mujer, su suegra y pequeña niña que pronto comenzará sus estudios en el colegio de la localidad.
Para el ucraniano, no ha sido fácil intregarse en un pueblo de este tipo pero es consciente de que tiene a su alcance todo lo necesario para poder vivir sin ningún tipo de dificultad.
No se atreve a mirar hacia el futuro hasta que no consiga esos esperados papeles que sus jefes le están tramitando.
Una vida llena de nuevas espectativas que se transmiten tanto de los inmigrantes como de los habitantes de la población que ven en ellos el posible futuro de la villa.
Aunque nos hallamos centrado en Luna, este pueblo es tan solo uno de los muchos que se encuentran por toda la geografía aragonesa en proceso de despoblación. Sus vecinos están viendo cómo mientras muchos de sus habitantes abandonan la localidad, otros de distintos países vienen a ella en busca de unas ilusiones perdidas.
Como suele ocurrir, las historias se repiten pero de forma invertida. Ahora vienen ellos, pero hace unos cuantos años, fuimos nosotros. Una gran parte de la población Española tuvo que marcharse y dejar todo lo que tenía por sacar adelante a su familia.
.“El Colegio Rural Agrupado (CRA) Monlora cerraría hoy dos unidades si se van los alumnos inmigrantes”, afirma Juan, el director del colegio de la Villa de Luna. En esta pedanía, 10 de los 51 niños del colegio son inmigrantes búlgaros y rumanos. En otras de las localidades que conforman este CRA como es el caso de Castejón de Valdejasa, los 4 niños que asisten a clase son bolibianos, lo que significa que la permanencia o cierre del colegio depende de ellos. Esta y otras localidades han sufrido un considerable descenso demográfico debido a la emigración de la gente más joven a los grandes núcleos urbanos. Un claro ejemplo es que este año tan sólo dos niños han comenzado el primer curso de Educación Infaltil en todo el CRA Monlora. En el caso particular de Luna, los niños búlgaros al contrario que los rumanos, faltan a las clases de forma habitual sin ningún tipo de justificación, no muestran interés por el aprendizaje y cuidan poco su higiene personal. Por otro lado, los niños rumanos, que son cuatro en este colegio, se han integrado perfectamente y muestran gran interés por aprender.Para que los alumnos inmigrantes puedan alcanzar el nivel adecuado, los profesores les preparan carpetas individuales de trabajo, a pesar que de los contenidos no sean equiparables al curso que les correspondería por su edad. “ Traen de sus países un nivel muy bajo de conocimiento en todas las materias. A veces, a los 6 o 7 años no saben ni cómo se coge un bolígraro”, afirma Juan, el director del colegio. Por este motivo, han tomado la decisión de dedicarles seis horas semanales en exclusiva como refuerzo. En cuando a la asignatura de religión, los niños rumanos no han tenido ningún problema en estudiarla porque la consideran muy semejante a la suya. No ha sido el caso de los alumnos búlgaros, que han optado por la atención educativa, como alternativa a la materia de religión.A pesar de todas las dificultades que supone enseñar en colegios tan pequeños a niños con tan diversidad lingüística, los profesores consideran que “ su llegada al CRA Monlora puede evitar el cierre de dos unidades, y por lo tanto el despido de dos profesores”Una decisión que tal y como coménto el director no se conocerá hasta el próximo 15 de mayo cuando se espera que el Ministerio tome una decisión al respecto.
“Si no fuese por los inmigrantes, en Luna se hubiesen cerrado parte de los negocios de hostelería”, afirma Felipe Longarón, un vecino de la localidad. Este ganadero, que ha tenido a un chico rumano trabajando en su negocio familiar está encantado con la llegada de gente nuevo a los pequeños núcleos rurales. “ Nunca se han dado a entender con nadie, se centran en sacar adelante a sus familias, e incluso, han hecho lo posible por integrarse en las tradiciones de nuestra villa”, dice Felipe cuando recuerda las celebraciones que hace con una familia rumana a la que le tiene verdadero cariño. “ Conocí a hace unos años a Lorenzo, un joven rumano, y desde entonces nos hemos hecho inseparables. Hoy en día el me trata de padre”, relata emocionado el lunero. Tan sólo hay una cosa que no nos une del todo. Felipe no participa del todo en los gustos culinarios de los rumano, prefiere la comida espeñola, que según dice “ no lleva tantísimas especias”.Ante los comentarios sobre el intrusismo de los inmigrantes en distintos puestos laborales, el lunero considera que estamos viviendo un momento en el quizás la gente joven pide demasiado, y los imnigrantes aprovechan a trabajar porque en sus países han conocido lo que es pasar necesidad.Una visión muy distinta es la que nos muestra C.M, una joven de Ateca que vive sóla en esta pedanía de forma eventual. Sus vecinos búlgaros hacen ruídos a altas horas de la noche y han tenido violentas peleas. “ En varias ocasiones he tenido el teléfono en la mano para llamar a la Guardia Civil. Vivo sóla y tengo miedo a que algún día pase algo”, comenta asustadiza la joven cuando recuerda la pelea que hace unas semanas tuvieron las dos familias de búlgaros por cuestiones económicas. Además de la violencia de la que ha sido testigo, la joven no puede soportar la suciedad que sus vecinos acumulan por las escaleras de forma continuada y el sopor que desprenden por la falta de higiene personal. Una situación insostenible que le ha llevado a buscar un nuevo lugar donde vivir hasta que finalice su contrato de trabajo. “ En ocasiones me dicen cosas que me intimidan de tal manera que han conseguido crear en mi una inseguridad tal que no me atrevo a salir sola una vez que ha anochecido”, comenta muy seria C.M.No se considera racista, puesto que en Ateca, ella convive con inmigrantes pero con una gran diferencia: “ Creo que ellos no tienen problemas de alcolholismo”.
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